«Hacer comunidad en la naturaleza»

Por Cecilia Moura

 

Cada día, nos vemos enfrentados a noticias que confirman la inapelable llegada del Cambio Climático. Los desafíos que tenemos como humanidad son inconmensurables, sin embargo, a mayor tiempo de espera, aún más arriba la cuesta que debemos subir.

 

A estos grandes desastres, se le suma el estrés y las enfermedades de salud mental. Desde mi área de trabajo, que es la psicología comunitaria, es lo que más me preocupa. A través de esta columna, intentarécontar, desde mi experiencia de trabajo, por qué hacer comunidad en sintonía con la naturaleza puede convertirse en un camino para nuestro bienestar.

 

¿Por dónde empezar? primero, haciendo conciencia de la unión indisoluble de la especie humana con la naturaleza. Gastón Soublette, musicólogo, esteta, filósofo chileno y Premio Nacional de Humanidades, ha profundizado mucho en la relación de la especie humana con la naturaleza. Él plantea que nuestra especie es inseparable del medio cósmico en que se formó, el homo sapiens, dice Soublette, se formó en la naturaleza y allí es donde adquirió una sabiduría del mundo y del entorno muy profunda, de no haber sido así, se hubiese extinguido.

 

Un estudio titulado “Los efectos de los sonidos de la naturaleza en la atención y en la relajación fisiológica y psicológica”, escrito por Injoon Song y publicado en la revista científica “El Servir”, da cuenta de los beneficios de oír la naturaleza. ¿Por qué?, la explicación tiene que ver con nuestra propia definición de humanos. “Este efecto (dicen) puede atribuirse a que el ser humano está inherentemente adaptado a los entornos naturales. Si bien, desde la industrialización a la fecha, parte importante de los humanos nos trasladamos a vivir en ciudades, hemos pasado gran parte de nuestra historia evolutiva en ambientes naturales. Por lo tanto, nos es posible experimentar confort y alcanzar relajación psicológica y fisiológica a través de ella”.

 

En resumen, no estamos programados ni preparados como especie para estar separados de la naturaleza, llevamos muy pocos años de evolución viviendo separados de ésta, por lo que es esperable que, al desconectarnos de ella, sintamos malestar y estrés, y aparezcan por lo tanto las famosas enfermedades inflamatorias.

 

Quisiera relatar dos experiencias, de las cuales he sido parte desde mi trabajo y vida personal, que espero sirvan al lector como contexto para entender los conceptos e ideas de esta columna.

 

La primera es una iniciativa que desarrollamos desde Pulso Austral, llamada “Tejiendo redes en el bosque” en la cual invitamos a mujeres de Coyhaique a caminar juntas y descalzas en el bosque. La invitación también ofrecía un espacio de aprendizaje en la naturaleza junto a científicas expertas quienes nos ayudaron a comprender mejor el medio en el cual estamos insertas. A través de una alianza con Conaf y el financiamiento del Gobierno Regional de Aysén, se realizaron 4 salidas a diferentes áreas protegidas cercanas a Coyhaique. La convocatoria fue abierta y gratuita, participaron más de 120 mujeres. Nos sorprendió el nivel de entusiasmo y participación que se generó, los cupos se llenaban en menos de 12 horas, generando largas listas de espera.

 

En estos encuentros, lo que se generó fue profundamente sanador. Las participantes nos comentaban tras la jornada lo conectadas que se sentían, no sólo con ellas mismas, en un viaje interno, sino entre ellas. También en sus testimonios llama la atención que se repite la sensación de sentirse “contenidas” y “acogidas” por la naturaleza, como una madre acogedora, con la cual nos sentimos tranquilas.

Ahora vamos por la segunda experiencia, en el inicio de la pandemia, en medio de la incertidumbre y estrés, una querida amiga me invitó a nadar en una laguna, era algo que siempre quise hacer desde que llegué a vivir a Coyhaique, pero no tenía un traje de agua adecuado y la verdad es que también me daba un poco de susto. Nunca voy a olvidar ese primer día que entré al agua fría, rodeada de un paisaje prístino, me sentí tan pequeña y viva, en completa compenetración con la naturaleza. Cuando las cuarentenas empezaron a aflojar, decidimos con Anna que invitaríamos a otras amigas a vivir esta experiencia, en un principio, nos turnábamos los trajes, gorros y boyas, de a poco se fueron sumando más amigas, luego empezaron a llegar mujeres que no conocíamos. Hoy, 4 años más tarde, somos una comunidad en la que participan más de 80 mujeres coyhaiquinas, que si bien nunca hemos nadado todas juntas, tenemos un espacio para organizarnos para salir a nadar en grupo, coordinar traslados, compartir experiencias de nado, y datos de acceso a diferentes sectores, tips de equipo y sugerencias de seguridad.

Quienes vivimos inviernos en la Patagonia sabemos que salir a nadar al agua fría es muchas veces un acto de voluntad, pero lo hacemos porque ya conocemos la gran recompensa de esta conexión con la naturaleza para nuestro cuerpo, mente y espíritu. Por otro lado, el pertenecer a una comunidad de nadadoras nos impulsa a salir del calor de nuestras casas, porque sabemos que tenemos a otras compañeras esperándonos, otras compañeras que están en la misma búsqueda, de entrar seguras y acompañadas en las aguas patagónicas, las más limpias del mundo, de conectar con la grandeza de la naturaleza para calmar y sanar nuestro sistema.

Puede parecer reduccionista, o simplista pensar que los grandes problemas se van a solucionar “escuchando a la naturaleza”, pero la naturaleza también nos enseña la conexión existente entre todos los seres, somos un ecosistema interconectado, la especie humana también evolucionó en comunidad.

Etimológicamente hablando, “comunidad” viene de la palabra “comunitas” lo cual se refiere a “Personas que comparten un compromiso de cuidado recíproco.” Para el filósofo italiano Roberto Espósito, el término comunidad ha ido mutando a un concepto más cercano a “pertenecías e identidades”, las cuales tienden a ser excluyentes, alejándose del concepto original de “bien común”. Volver al origen, “escuchando a la naturaleza” y al cuidado recíproco, es una de las opciones que tenemos para crear dimensiones de vida común, entrando en círculos virtuosos de colaboración y bienestar.

Volvemos a Gastón Soublette, en su artículo titulado “Megacrisis” explica las consecuencias políticas, sociales y económicas de una cosmovisión que “nos ha puesto a la especie humana en una relación contrapuesta con la naturaleza y con ella misma”. Esto nos lleva a pensar sobre cómo nos concebimos como sociedad, el diseño de nuestras políticas públicas, en cómo estamos pensando la salud, la educación, la construcción de nuestras ciudades, entre otros.

De estas dos experiencias podemos sacar varias conclusiones. En primer lugar, se hace patente la falta de acceso que tienen muchas personas a áreas naturales, podemos observar esto incluso en Coyhaique, en que los bosques, lagos y lagunas se encuentran a pocos minutos de la ciudad. Ambas experiencias dan cuenta de que la motivación y necesidad de conexión de las personas existe, solo hace falta PROPICIAR estos espacios, mejorando el acceso y también abriendo e instaurando en nuestras políticas públicas posibilidades para experimentar el bienestar que se siente cuando salimos a la naturaleza.

Sabemos que en las grandes ciudades el acceso a áreas protegidas es aún más complejo, sin embargo,  también sabemos que los parques urbanos y áreas verdes son importantes espacios de reunión y bienestar. Puede sonar simple, pero el solo hecho de estar sentados en el suelo, caminando o jugando en el pasto, es una oportunidad para “hacer tierra” y calmar nuestro sistema nervioso. No podemos seguir pensando nuestras ciudades en relación contrapuesta con la naturaleza, es urgente que las áreas verdes sean prioritarias.

Por otro lado, nuestros estilos de vida modernos y las nuevas realidades virtuales han ido ganando terreno en nuestros cuerpos, somos una sociedad anestesiada, ya no sabemos cómo volver a sentir. Ambas experiencias descritas nos muestran que la naturaleza nos puede indicar ese camino, reencontrarnos con sus sonidos, olores, texturas, colores, temperaturas y formas nos despierta, despierta nuestros sentidos, despierta conexiones cerebrales que tenemos dormidas, despierta nuestra capacidad de autosanación.

Nuestra relación con la naturaleza no es una opción, es nuestra esencia. En cada hoja, en cada gota de agua, encontramos el reflejo de nuestra comunidad, nuestra salud y nuestro propósito. Hoy, más que nunca, es momento de tomar acción, escuchar el latido de la tierra y volver, volver a la naturaleza, a la comunidad, a nosotros, para desde allí volver al bienestar.

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